— Otra vez llego tarde… — resopló Sofi a la vez que terminaba de arreglarse con Taylor Swift sonando de fondo.
El piso en el que vivía era un bajo no muy cutre que la hermana de una amiga le había dejado a buen precio.
El baño era enano y tenía que guardar todos sus potingues en el dormitorio, por lo que adecentarse para ir a trabajar cada mañana se convertía en una auténtica maratón.
A pesar de tener apenas 60 metros cuadrados, seguro que ya había conseguido hacer los pasos del día con tanto correr de una habitación a otra. Además, tener que ir esquivando a cada paso a su perra-pegatina Luna y a su enorme gato Dorito, no ayudaba en nada.
— Es que, de verdad… ¡¡¡¡¡Siempre estás en medio!!!!! — le gritó Sofi a Luna mientras evitaba pisarla.
Luna puso esa cara que pone siempre cuando no entiende una situación y Sofi no pudo evitar arrepentirse al segundo de haberle gritado, mientras corría a abrazarla para pedirle perdón y decirle lo mucho que la quería. Como si la perra entendiera algo de lo que le decía…
— Venga Sofi, céntrate — No había tiempo para más arrumacos esa mañana. Tenía que decidir qué ponerse para aguantar todo el día fuera de casa. Al salir hacía frío, pero luego a la hora de comer hacía calor y el aire de la oficina siempre estaba a menos 20 grados. Tendría que ir como una auténtica cebolla para no morir asada o congelada.
Aunque lo de morir no sonaba nada mal. Sería la excusa perfecta para no tener que ir hoy a trabajar.
Sofi ya se imaginaba los titulares: “Joven sevillana muere sola en su piso de alquiler, devorada por sus mascotas”. Y declaraciones de su madre diciendo: “Yo lo sabía, le dije que recoger tantos animales de la calle no era bueno y encima viviendo en un bajo, ¡como los delincuentes!”.
Sacudió la cabeza para borrar esos pensamientos, como si fuera una de esas pantallas para dibujar que tenía cuando era pequeña, y siguió moviendo perchas en el armario.
Llevaba toda la semana preparando la maldita reunión con el cliente más odioso que había tenido nunca. Cada vez que tenían que hacer una videollamada, Sofi repetía en su mente el mismo mantra una y otra vez — Que no se conecte, que no se conecte, que no se conecte…—, pero siempre se conectaba.
Había días que era un auténtico encanto. Sin embargo, había otros en los que se comportaba como un verdadero gilipollas. Sofi no sabía qué le daba más miedo. Al menos, cuando venía en plan “innovador” sabía a qué atenerse, pero cuando era todo elogios y cumplidos Sofi sentía que algo tramaba y que no sabía de qué lado le iba a venir la hostia.
En cualquier caso, ese tío hacía que a Sofi le sudaran partes del cuerpo que ni siquiera sabía que tenía, por lo que mejor ir con ropa ligerita.
Sofi se miró en el espejo — Bueno, creo que no está nada mal — Era una elección poco arriesgada: camiseta con dibujo divertido. blazer arremangado para dar un toque casual y pantalones elásticos.
Desde que pasó el desafortunado incidente, había puesto algo de peso y le costaba mucho encontrar algo con lo que sentirse cómoda y medianamente decente. Así que cualquier cosa que se estirara, ensanchara o que disimulara mínimamente el culamen que se le estaba quedando, se había convertido en su mejor aliado.
Solo le quedaban los pies. Apartó a Dorito para poder abrir el zapatero — Mierda, ya me ha llenado de pelo — Adoraba a ese gato, ¿pero era necesario que soltara tantísimo pelo por todas partes?
Ya llegaba 15 minutos tarde y no conseguía decidir qué zapatos ponerse, así que optó por las deportivas y metió en el bolso unas manoletinas para cambiarse al llegar a la oficina — Con esto servirá —, pensó mientras visualizaba los 30 minutos de caminata que le esperaban hasta llegar a la oficina en Nervión.
Perfecto, solo quedaban los calcetines y ya podría irse hacia la tortura. Por más que daba vueltas entre la escasa ropa limpia que le quedaba, solo encontraba calcetines con agujeros o con el talón tan desgastado que ni Luna los querría para jugar.
Por fin encontró uno medianamente decente, era de color rojo y no le pegaba mucho con el outfit, pero como iba a quitarselos al llegar a la oficina, nadie importante iba a verla con ellos puestos. Solo había un problema, no encontraba el otro calcetín rojo por más que rebuscaba en el cajón.
— No sé para qué tengo tanta lencería sexy, si nadie va a vermela puesta nunca más —
De repente, mientras pensaba resignada que no volvería a acostarse con nadie en la vida, un pensamiento más terrible aún cruzó su mente.
— Mierda, mierda, mierda, mierdaaaaaaaaaa — Salió disparaba hacia la cocina y forcejeó impaciente con las puertas de aluminio que daban acceso al mini lavadero.
Con la mano temblorosa, abrió la tapa de la lavadora.
El pestazo a humedad que le golpeó la cara confirmó sus temores: otra vez se había olvidado de tender la ropa mojada.
Es que siempre es igual, era un desastre con patas. Ya se había cargado la lavadora una vez por dejar la ropa mojada dentro. A su casera no le hizo ninguna gracia tener que cambiar la lavadora, pero lo hizo y ahora ahí estaba ella, cagándola de nuevo.
Rebuscó entre el gurruño de ropa mojada a ver si por lo menos encontraba el dichoso calcetín rojo, pero nada.
Sofi estaba al borde del llanto, pero lo que le faltaba era arruinar el maquillaje. No era una experta, pero hoy le había quedado bastante bien y ahora iba a estropear eso también.
Caminó lentamente hacia el dormitorio y se sentó al borde de la cama mirando al infinito, mientras Luna y Dorito aprovechaban la pausa para acurrucarse a su lado.
Desde que pasó el desafortunado incidente se sentía desbordada. Sabía que había hecho lo correcto y que había conseguido muchas cosas. Quién iba a pensar que sería capaz de usar un taladro y colgar ella solita unas estanterías en el salón.
Pero aún así, no podía evitar pensar que echaba de menos tener a alguien a su lado.
No le echaba de menos a él, eso ni de coña. Había sido un verdadero alivio dejarlo todo atrás. Sin embargo, echaba de menos compartir la vida con otra persona. Que hubiera alguien en casa cuando tenía que venir un técnico a arreglar algo, tener la comida preparada al llegar del trabajo o alguien que se acordara de tender la puñetera ropa.
No iba a poder hacerlo. Pensó que sí, pero no iba a ser capaz de salir adelante sola. Todo estaba mal, ella estaba mal.
Mientras Sofi se regodeaba en todos esos pensamientos negativos, sintió algo húmedo que le rozaba el brazo.
Era la trufita de Luna, como ella llamaba cariñosamente a la naricilla negra de la perrita, que intentaba llamar su atención.
— ¿Pero qué…? — Y ahí estaba. Colgando de la boca de esa Westy locuela y traviesa estaba el calcetín rojo que había perdido.
Y por primera vez desde que pasó el desafortunado incidente, miró su recién recuperado calcetín rojo y sintió esperanza de nuevo. — Parece que no estoy tan sola como creía — Pensó Sofi sonriendo, mientras sentía que saldría adelante.