Ya está, este es el fin… No importa lo que diga o haga, no tengo escapatoria.

   Dicen que cuando vas a morir, tu vida pasa por delante de tus ojos, pero yo solo puedo pensar que no he vivido joder, no he vivido.

   Tengo un montón de cañones apuntándome al pecho y ni siquiera sé qué pinto yo aquí. Al final María va a tener razón con lo que me dice siempre de que me dejo liar por cualquiera.

   ¡Ay María, mi María! Si hubiera sabido que esta mañana era la última, la habría cogido entre mis brazos y le habría dicho todo eso que nunca me atreví a decirle: Que la quiero desde el primer momento en que la vi, bajando con su cestillo de pan por la calle Real. Que me encanta cuando pasa a mi lado y me dice algo amable, pero que mi corazón late aún más deprisa cuando se mete conmigo. Más deprisa incluso que ahora, cuando está a punto de pararse el compás. Y su risa… Esa risa que hace que me sienta capaz de cualquier cosa, hasta de enfrentar a la muerte. Qué no daría yo por escuchar esa risa por última vez… Mi vida empezó cuando la conocí y ahora tengo la certeza de que voy a morir.

   ¡Maldito Bombilla, calvo cabrón! Si no fuera por ti y tu manía de perseguir la justicia yo no estaría aquí.

   En cuanto me lo propusiste supe que no era buena idea. Qué lejos queda ya ese momento, parece que fue hace décadas, pero no. El instante en el que mi destino quedó sellado para siempre tuvo lugar solo hace unas horas y, si pudiera volver a atrás, lo cambiaría todo.

   Era algo sencillo. Solo tenía que esconderte unas armas en casa y vendrías a buscarlas al caer la tarde. Tenías planeado unirse a la revuelta con un grupo que habías conocido en esas tascas de mala muerte que frecuentabas. <<Bonaparte no puede ganar>>, me repetías siempre una y otra vez, mientras mi única preocupación era qué iba a comer después. No me gustaba nada la idea, nunca me han gustado los líos, pero aún así acepté porque para eso están los amigos.

   Y amigo… Lo que tú no sabías es que los putos gabachos tienen ojos y oídos en todas partes. En estos tiempos no puedes fiarte de nadie, ya lo decía mi padre. Pero qué se iba a imaginar mi padre que su único hijo acabaría en la montaña del Príncipe Pío a punto de ser fusilado por culpa de una traición.

   Mírate ahora Bombi, con la cabeza reventada sobre una montaña de muerte y tu sangre bañando la tierra, que tanto defendiste. Tranquilo, pronto me reuniré contigo, compañero. Pero no te preocupes, que cruzaré al otro lado sin rencor en mi corazón, ya que ahora solo tiene sitio para el miedo, miedo al olvido.

   Un instante puede hacerse eterno cuando estás mirando a la muerte de frente y solo hago pensar en si me llorará alguien. ¿Se acordará María de mí? ¿Habré dejado huella en alguien? Siempre me he considerado buena persona pero el juicio final está aquí y ninguno estamos a salvo.

   Ni siquiera voy a morir como un valiente, yo no quería estar aquí, no debería estar. ¿Estoy aquí en realidad? ¿Será un sueño? Seguramente lo sea, en realidad estoy en mi catre con la ventana abierta y la brisa de la noche acariciando mi cara. Sí, es eso, definitivamente es un sueño. Despiértate. Necesito que te despiertes. ¿Por qué no te despiertas? ¿Por qué te empeñas en hacerme sufrir de esta manera? No hay derecho, no hay derecho. ¿Habré hecho algo para merecer esto? ¿Será por el pan que le robaba a la señora Elvira cuando se despistaba? ¿Será por aquella vez que me reí de algún compañero de la fábrica? No puede ser por eso, es un sueño, es un sueño, es un sueño, es un sueño. Despierta, despierta, despierta…

   Un sudor frío me recorre la espalda de principio a fin y noto como los que comparten mi destino se apiñan a mi alrededor entre llantos y súplicas. Una certeza se cierne sobre mí como un saco de arena enorme: no es un sueño.

   El odio que veo en los que me fusilan con la mirada antes que con las balas no puede ser producto de mi imaginación. ¿Y quiénes son ellos, eh? ¿Quiénes son ellos para decidir sobre si debo vivir o no? Si hay algo que me va a doler más que la propia muerte es morir sin merecerlo, sin haber hecho nada para provocar el desprecio de estas máquinas de matar.

   No puedo enfocar la vista para verles las caras. Son borrones de uniforme que tienen todas las de ganar y muy poco que perder. Mejor, así no recordaré el semblante de quiénes toman la tierra y a quienes la trabajan. ¿Y para qué? ¿Para ganar más poder? Ni siquiera sé si alguna vez tuvimos alguna oportunidad. Nunca he entendido de política ni me ha interesado. Me da risa solo pensar en la ironía de la situación… La unión hace la fuerza, dicen, pero combatir cañones con coraje no es suficiente, nunca lo es.

   Al menos no moriré solo. No conozco a ninguno de estos hombres que comparten mi suerte pero flota en el aire cierta hermandad que nos unirá para siempre.

   Aprieto los ojos con todas mis fuerzas para apagar el horror, levanto los brazos y me entrego al silencio.

La espera
Y todo por un calcetín...