La oscuridad propia de las noches sin Luna acecha en los rincones de la callejuela sin nombre. En la penumbra destaca en el número 13 un restaurante de fachada antigua y pequeñas ventanas veladas que impiden ver con claridad lo que ocurre dentro. Un letrero oxidado que apenas muestra las letras «El rinconcillo” corona la tétrica estampa, mientras proyecta sombras inquietantes en los edificios que lo rodean. Las luces tenues del interior son la única invitación a entrar visible desde afuera.
Un hombre solitario, con un abrigo raído y sombrero bien encasquetado en la cabeza, se acerca lentamente al restaurante. Al empujar la puerta pesada, un crujido agudo resuena en la quietud de la noche. El interior está bañado en una penumbra inquietante. Lámparas colgantes parpadeaban débilmente sobre las mesas desiertas, cubiertas por manteles raídos y sillas tambaleantes.
El hombre avanza con cautela, sus pasos resuenan en el suelo de madera desgastada. Observa detenidamente el lugar, notando las grietas en las paredes desconchadas y el polvo que se acumula en rincones olvidados. A medida que se adentra, su cara se va transformado en un gesto de desagrado, como si detectara un olor rancio que no puede identificar.
Recorre el interior con la mirada, pero no ve a nadie más. Una puerta entreabierta llama su atención. Se asoma con sigilo para mirar por la rendija y logra distinguir la figura de un hombre de espaldas, moviéndose con gestos apresurados.
De repente, un ruido metálico y un golpe seco hacen que se sobresalte y retroceda un par de pasos, ocultándose en la oscuridad. Desde su escondite, observa cómo una figura encapuchada sale del lugar, llevando consigo una bolsa que gotea un líquido oscuro y denso.
Permanece allí, inmóvil, mientras la figura se desvanece en la noche. Pasan algunos minutos y con suma lentitud echa un vistazo rápido tras la puerta. La escena que presenció pareció desconcertante: la cocina del restaurante estaba en desorden, utensilios tirados y ollas volcadas. Todo ello bañado con un líquido color carmesí que goteaba formando un charco en el suelo.
Sin más pistas que su inesperado descubrimiento, el hombre sale corriendo del restaurante. Mientras se aleja del lugar, el letrero de «El Rinconcillo» sigue proyectando sombras inquietantes sobre la acera desierta, guardando el secreto de lo que allí ha pasado esta noche.
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El bullicio resuena de punta a punta de la calle sin nombre. Una interminable cola de personas espera su turno para entrar en el local del número 13. Los enormes ventanales del restaurante «La Sombra del Sabor» dejan ver el interior moderno y colorido.
Un chico joven, alto y algo despeinado se aproxima a una mesa situada al fondo del local. Aunque tiene el cartel de ‘Reservado’, ya hay un tipo sentado en ella.
—Gracias por venir tan rápido, Manu— susurra el tipo, mirando a un lado y a otro, como si temiera ser escuchado.
—¿Qué está pasando, Álex? ¿Por qué toda esta clandestinidad?— pregunta Manu mientras toma asiento.
—Es complicado — murmura y baja la mirada hacia el menú, aunque parece que no lo está leyendo realmente. —He descubierto algo, algo que podría cambiarlo todo—.
—¿Qué has descubierto?— pregunta Manu, haciendo un gesto apremiante con la mano.
Álex toma un sorbo de su copa de vino y la deja de nuevo en la mesa con la mano temblorosa.
—Este restaurante, aparentemente inocente y recién reformado, es en realidad el frente de una operación clandestina. Están involucrados en actividades ilegales, algo grande, tio— confiesa Álex mientras mira fijamente a su conocido.
Los ojos de Manu se abren de par en par.
—¿Actividades ilegales? ¿En este lugar? ¿Cómo lo descubriste?.
—Sigo a alguien— dice en voz baja —Un ex colega, involucrado en cosas turbias. Me di cuenta de que siempre venía aquí y empecé a investigar.
El camarero se acerca, interrumpiendo la conversación para tomar nota, pero le dicen que venga más tarde. Álex continúa bajando el tono aún más.
—He recopilado pruebas, documentos, fotografías. Todo está en este sobre— dice, deslizando un sobre marrón a través de la mesa hacia Manu. —Necesito que lo entregues a la policía, porque no puedo hacerlo yo mismo. Temo por mi vida—.
Los dos miran alrededor, moviendo la cabeza rápidamente en todas direcciones y permanecen en silencio durante un largo rato.
—Lo haré, Álex, pero necesito más información— dice Manu, mientras mueve frenéticamente su pierna derecha. —¿Quiénes son estas personas? ¿Qué tipo de operación están ejecutando?.
Álex se tapa los ojos con la mano y niega una y otra vez.
—Es una red de lavado de dinero, conexiones con el crimen organizado. No sé cómo de profundo será, pero sé que es peligroso.
Manu coge el sobre rápidamente y se lo guarda en la chaqueta. Sin mediar palabra, se levantan para irse sin haber tomado más que el vino. Mientras se dirigen a la entrada, algunos ojos allí presentes les siguen atentamente con la mirada.