El fin de semana prometía. La emoción ante la perspectiva de unos días llenos de risas y buenos momentos inundaba el coche en el que iban camino a Buenos Aires. El alegre parloteo que se escuchaba mientras iban siguiendo las indicaciones del GPS, llevaba implícita la promesa de que algo especial iba a suceder.
La villa que habían alquilado parecía espectacular en las fotografías y videos de AirBnb, rodeada del lujo y la privacidad que se merecían. La temperatura era perfecta para disfrutar al aire libre y charlar, o más bien despotricar, como solían hacer frente a unos mojitos con hielo picado. Y además tenían piscina para darse un remojón. ¡Qué ganas!
Hacía tiempo que no conseguían que los astros se alinearan para poder reunirse de nuevo. Las obligaciones, los hijos y la pereza, por qué no decirlo, de cerrar un plan que les cuadrara a todas, había hecho que llevaran más de un año sin estar juntas de verdad.
Y ahí estaban Mila, Flor y Valentina, amigas inseparables desde la universidad, con el maletero hasta arriba de comida de guarreo. Las tres preparadas para un finde de chicas, en el que esperaban desconectar del ajetreo diario y sumergirse en un oasis de risas, confidencias y de complicidad perdida.
Al llegar a la casa, no podían cerrar la boca del asombro, y daban vueltas como locas recorriendo cada rincón, pegando grititos de emoción. Estaban tan entusiasmadas que ni siquiera les importó que la puerta del sótano estuviera cerrada con llave. La villa desafiaba las leyes de la modestia con acabados lujosos aunque modernos y una decoración que seguía las últimas tendencias de las revistas que Valentina tanto leía. Aunque si hubo algo que les llamó la atención a las tres, es que podían controlar hasta el último aspecto de la casa con una tablet: luces, música ¡y hasta la temperatura del agua! Ni Elon Musk tenía todo eso en su casa, estaban seguras de ello.
—¡Chicas, no te lo puedo creer! Esta villa está increíble. Estoy más contenta que perro con dos colas —exclamó Valentina ilusionada.
—¡Totalmente, Val! Ni en mis mejores sueños me imaginé algo así —dijo Flor, mientras toquetea la tablet para averiguar cómo subir las persianas.
—¡Che, chicas! Nos re merecemos un finde a lo grande. ¡Este lugar está bárbaro! —se rió Mila, tirándose en el sofá con los brazos extendidos.
—La sala, el jardín, ¡incluso la cocina es enorme! Estoy recontra ansiosa por hacer un buen asado —exclamó Valentina dando saltitos.
—¡Vamos a vivir como reinas! ¿Ya vieron las piezas? Cada una tiene su propio baño y una vista increíble.
—¡Dale, decime que estás jodiendo, Mila! ¡Esto es lo más cerca que estaremos de sentirnos estrellas de cine! —gritó Valentina entusiasmada.
—¿Y qué les parece si empezamos por relajarnos un poco en la pileta? —sugirió Flor, lista para ponerse el bikini.
—¡De una! Pero antes, ¿un brindis para festejar este fin de semana épico? —propone Mila, cogiendo tres cervezas Quilmes que ha encontrado en la cesta de bienvenida que había en la encimera.
—¡Salud! Por la amistad y por este pedazo de caserón que tenemos solo para nosotras. —Brindaron las tres mientras se abrazaban llenas de ilusión por todo lo que les esperaba.
Pasada un poco la emoción de las primeras impresiones, las chicas fueron ubicándose en la que sería su casa los próximos tres días. Las habitaciones eran prácticamente idénticas, por lo que no hubo peleas en el reparto. Valentina no perdió el tiempo y colgó toda su ropa bien organizada por colores en el armario de madera de Lapacho. Flor ni siquiera se molestó en abrir su maleta y la dejó tirada encima de la cama. Estaba mucho más interesada en aprender a controlar la domótica de la casa que en que se le arrugara la ropa. Mila colocó en su baño privado el aluvión de botes de cremas que componían su rutina de skincare, separados en mañana, tarde y noche. Luego se sentó en la cama para llamar a su marido y preguntar por los peques, no sin antes ir a buscar a la cocina otro botellín de cerveza.
El resto del día transcurrió sin contratiempos. Las tres amigas se pusieron al tanto de los últimos acontecimientos relevantes de sus vidas y les dió tiempo hasta de hacer un repaso de los cotilleos más jugosos de conocidos que tenían en común, mientras picaban algo en el jardín.
Comenzó a notarse cierto frescor al caer la noche y Valeria, la friolera del grupo, echaba en falta algo de abrigo. Iría a buscar esa sudadera rosa tan mona que había traído y que conjuntaba a la perfección con el pantaloncito que llevaba puesto. Sus amigas se reían siempre de ella por combinar hasta la ropa de estar por casa, pero ella era de las que pensaba que siempre había que estar preparada, porque nunca se sabía lo que podía pasar.
Entró en la casa para ir a su dormitorio pero estaba todo oscuro. Palpó a tientas por las paredes en busca de un interruptor pero fue inútil. —Maldita sea la boludez esta de no tener ni un cable por en medio —murmuró para sus adentros—. Flor, prendé la luz, por favor, que no veo nada.
Mientras esperaba algo incómoda a que su amiga atinara con los controles, maldijo entre dientes a la tecnología, a Steve Jobs y a Albus Dumbledore, ya que estamos, por no haberle enviado nunca la carta de Hogwarts, para poder tener ahora su varita a mano y encender la luz con un sencillo Lumos. Valeria estaba pensando en todas estas cosas cuando se fijó en una pequeña luz roja que parpadeaba en medio de la oscuridad, pero en ese momento Flor consiguió que se hiciera la luz y no volvió a pensar en ello.
Decidieron volver todas dentro para ir preparando la cena y elegir una buena peli de llorar, para ver todas juntas en el pantallón tamaño cine que hay en el salón. Mila abrió el frigorífico y se lamentó porque no quedaban más cervezas, así que abrió una de las botellas de vino frizzante que habían traído.
—¿Flaca, aún no hemos empezado con la picada y ya has abierto una botella? —pregunta Valeria con tono acusatorio.
—¡Mirá vos! No te pongas tan intensa que la que tiene pibes es ella —se rió Flor, mientras le quitaba importancia al asunto.
—¿Vos me estás cargando? Me voy a la tina con mi vino, así no tenés que ver cómo me lo bebo —respondió burlona, mientras se iba quitando la ropa camino del baño, botella de vino en mano.
Cuando el agua llegó a una temperatura que envidiarían hasta en Mordor, Mila se sumergió con la esperanza de que ese baño arrastrara todo lo que la bebida aún no se había llevado. Se relajó tanto que estuvo a punto de quedarse dormida. Si no fuera por ese molesto zumbido que no paraba de sonar ya habría muerto ahogada. —Estoy podrida de este condenado ruido —protestó mientras se salió de la bañera con desgana.
—¡Qué poco has aguantado, Mila! —Se sorprendió Flor al verla salir medio chorreando.
—Vení conmigo al baño porque hay un ruido que me está dando mucha bronca y no deja que me relaje.
Pasado un rato, Valeria entró al baño para ver si sus amigas estaban bien. Encontró a Mila y Flor sentadas en el suelo con las caras blancas, como si hubieran visto un fantasma. Valeria se acercó a ellas preocupada porque no entendía qué había podido pasar. Flor la cogió de la mano y depositó en ella un pequeño artefacto electrónico del tamaño de un moscardón.
—No entiendo nada, ¿qué es esto? —preguntó Valeria, mirando con una sonrisilla a sus amigas.
—Es… Una cámara. La encontramos recién en la ducha —respondió Flor consternada.
—¡Me han grabado desnuda mientras me bañaba! —sollozó Mila, mientras Flor la consolaba entre sus brazos.
—¡Basta, che! Dejense de joder, seguro que es otro chisme para controlar el vapor o las lucecitas del baño.
—¡Que no! Que sé de lo que hablo y si hay una tiene que haber más —replicó Flor, convencida y asustada a partes iguales.
—¿No será…? — Valeria parece recordar algo y sale corriendo, dejando a sus amigas con expresión confundida.
No sabía si estaba en lo cierto, pero tenía que averiguarlo. Volvió al salón e intentó recordar dónde vio aquella lucecita roja. Fue levantando todos los objetos que se encontraba a su paso y allí estaba. En uno de los adornos de la mesa del comedor vislumbró un parpadeo y descubrió un aparato similar al que le había dado Flor un momento antes.
El pánico se apoderó de las amigas al darse cuenta de que no estaban solas. Investigaron la casa en busca de más dispositivos y encontraron otras cámaras cuidadosamente escondidas. Tenían que saber si había más. Tenían que saber desde dónde las habían estado grabando.
Flor ya no sabía dónde más buscar, pero se le ocurrió una idea. Si toda la casa estaba controlada con la tablet, ahí debía haber algo que las ayudara. Los cinco años que había pasado trabajando en una empresa de software tenían que servir de algo.
Le llevó un rato, pero finalmente encontró una aplicación donde pudo descubrir con una mezcla de perplejidad y asco, que había cámaras en cada una de las habitaciones de la casa.
Desconcertadas y enfurecidas, Mila, Flor y Valentina se enfrentaron a la invasión de privacidad que habían sufrido. La sensación de seguridad y diversión que inicialmente inundaba la villa se desvaneció ante la revelación de que alguien las había estado observando. Flor, sabía que debían tomar medidas y no quedarse de brazos cruzados.
—¡Chicas, basta de lamentos! Vamos a hacer algo al respecto. Primero, desconectemos todos estos trastos —dice Flor, esparciendo las cámaras por el suelo del pasillo.
De repente, la villa se quedó completamente a oscuras. Las tres amigas gritaron al unísono y se aferraron unas a otras.
Solo había algo que rompía aquel ambiente de tensión, un pequeño resplandor que salía de la puerta del sótano.
Asustadas, decidieron explorar lo desconocido. Sin saber qué les depararían las sombras, abrieron la puerta del sótano, enfrentándose a un misterio que podría cambiar el curso de su tranquilo fin de semana.