Abrió los ojos. Repasó cada rincón de la habitación, como intentando recordar dónde estaba, mientras luchaba por acostumbrarse a la oscuridad. En la habitación aún no había amanecido. Las cortinas que había comprado para evitar que entrara la luz del sol estaban surtiendo efecto. Sin embargo, la sensación de descanso que sentía le hacía sospechar que había dormido más de lo normal. Seguro que ya era tarde. Giró la cabeza y alargó el brazo hacia la mesilla de noche, para alcanzar su móvil y poder acabar con esa incertidumbre que había perturbado su sueño reparador. La luz de la pantalla acabó con la oscuridad de la habitación, nublando su visión momentáneamente. Tuvo que parpadear varias veces para poder enfocar y confirmar que los números enormes que estaba viendo eran los correctos. Efectivamente. Las 12:30. Lo sabía, había desperdiciado todo el sábado.
Se levantó de la cama a duras penas y corrió las cortinas. La realidad de su idilio con Morfeo la golpeó con un fogonazo de luz, que hizo que tuviera que apartar la mirada para evitar tener que afiliarse a la ONCE.
<<Genial, otro día que no llueve. >> Pensó irónicamente para sus adentros, algo decepcionada.
Desde hace un mes, siempre que llegaba el fin de semana esperaba con ansias que hubiera tormenta para pasarse el día en el sofá con la manta, viendo una peli ñoña y escuchando la lluvia de fondo. Sin embargo, el calentamiento global parecía empeñado en que el sol brillara y que los pájaros cantaran. <<Menuda mierda>>.
Encima, lo malo de levantarse tarde es que uno no sabe si desayunar o almorzar directamente. Natalia estaba pensando en todo esto mientras miraba el interior del frigorífico con desolación. El sonido del portero la sacó de su obnubilación gastronómica. No recordaba haber pedido nada en Amazon, pero quién sabe lo que la nocturnidad y el insomnio pueden hacer con una tarjeta de crédito preconfigurada. Pensó en ignorar la llamada, pero el molesto ruido volvió a sonar con insistencia. Quien quiera que estuviera abajo no parecía que fuera a irse pronto. Y ella aún llevaba el pijama de Snoopy puesto.
—¿Siiiiiiiiii? —preguntó con desgana.
—Abre hermana, soy yo
—¿Qué haces aquí un sábado? —exclamó Natalia un tanto confusa.
—Venga ya ábreme, ¿qué, vas a dejarme aquí helada de frío?
Natalia pulsó el botón hasta que escuchó la puerta del portal abrirse y corrió despavorida al dormitorio para cambiarse de ropa. Nunca se había alegrado tanto de vivir en un octavo. Eso le daba un poco de margen para ponerse decente, aunque no lo suficiente para darle un repaso rápido a la casa. Tendría que escuchar el monótono monólogo de su hermana opinando sobre lo desordenada que era y quién sabe qué más. ¿Se daría cuenta de las canas que tenía por haber perdido las dos últimas citas de la peluquería? Bueno, poco más podía hacer. Ya se escuchaba la puerta del ascensor.
—¡Hola, hermanita!
—Pasa, Marina. ¿Cómo tú por aquí?
—Bueno, he venido a hacer una pequeña intervención. Esto parece un caos, Natalia — dijo su hermana mientras observa con cara de disgusto lo patas arriba que estaba el salón.
—No empieces, por favor — replicó Natalia, poniendo los ojos en blanco.
—Mira, después de tu ruptura con Luis, te has encerrado aquí como si el mundo se hubiera acabado. Necesitas salir, divertirte, vivir… ¡Y teñirte! Pareces Gandalf — apuntó Marina, ignorando la protesta de su hermana.
Ahí estaba, sabía que iba a mencionar lo de las canas. Como si ella no tuviera ojos para ver que su vida, y su pelo, estaban siendo un desastre últimamente.
Natalia arrastró a su hermana a la cocina, en parte para desviar la atención de su penoso aspecto y, en parte, para evitar que siguiera escudriñando con ojos de halcón cada centímetro de su salón.
—No tengo ganas de nada, Marina —respondió Natalia mientras coloca una cazuela en el fuego llena de agua.
—Pues justamente por eso estoy aquí. Vamos a hacer algo divertido. ¿Qué tal salir esta noche?
—Lo dudo —le dijo con desgana, añadiendo sal y un chorrito de vinagre a la cazuela.
—Y, ¿qué estás cocinando tan concentrada? —preguntó Marina un tanto impaciente al sentirse ignorada por su hermana.
—Huevos Benedict. Es lo único que me da ánimos últimamente. —Se sinceró Natalia.
—Bien, cambiemos de enfoque. Mientras cocinas esos huevos, cuéntame qué ha pasado —la animó Marina esperanzada porque su hermana ha empezado a abrirse.
—No hay mucho que contar. Luis y yo simplemente no funcionamos.
Natalia cogió un huevo y lo cascó imaginando que era la cabeza de Luis. Luego lo echó al fuego y pensó, con una sonrisilla burlona, que el huevo que flotaba en el agua hirviendo era su ex pidiendo auxilio durante dos minutos.
—Entiendo, pero no puedes quedarte así para siempre. Ahora, cuéntame cómo haces los Benedict esos. —La animó mientras ordenaba distraídamente los cajones.
—Ya tengo los huevos cuajados, es un proceso delicado. ¿Quieres estarte quieta? —Le increpó Natalia, quitándole a su hermana de las manos un escurridor que no sabía ni que tenía.
—Delicado, como las relaciones… — apuntó Marina, divertida.
Natalia le hizo burlas a su hermana por la mala ocurrencia que había tenido. Sabía perfectamente lo que intentaba y no iba a conseguirlo. Pero siguió explicándole la receta o no se iría nunca.
—Y ahora tengo que freír el bacon en la sartén, sin aceite —explicó Natalia, un poco más animada.
—¡Frita me tienes a mí! Sal y conoce gente nueva. O ve al gimnasio y te pones tan crujiente como ese bacon. —Bromeó Marina, levantando las dos cejas a la vez, con gesto picarón.
—¿Esto qué es, una clase de cocina? —exclamó Natalia un poco molesta— ¡Haz algo tú! Coge un aguacate del frigo, sácale el hueso despacito y córtalo en láminas finas.
—Igual que la vida, ¿no? Poco a poco, al final todo se consigue.
—Ahora tengo que tostar estos muffins ingleses, a ver qué analogía le sacas a eso, lista — replicó Natalia, con la esperanza de que su hermana se echara atrás.
—El tostado es como el renacimiento. Le da una nueva textura y sabor a todo. Igual que ordenar un poco el caos en tu vida —afirmó Marina victoriosa.
—Bueno, que me lías como siempre, coge un plato y te sirvo. Que encima hasta te doy de comer.
Bajo la atenta mirada de su hermana, Natalia colocó con delicadeza en cada plato las dos mitades de muffin con la miga hacia arriba. Después, con sumo cuidado, cogió las láminas de aguacate que había cortado su hermana y las puso encima. Debía reconocer que Marina había hecho un buen trabajo, habían quedado geniales. La miró de reojo en busca de algún gesto de aprobación que significara que algo estaba haciendo bien, pero ella seguía abriendo muebles y cambiando todo de sitio. Natalia suspiró con resignación y coronó su receta con el bacon crujiente y el huevo escalfado como colofón final.
La verdad es que haberse quitado el pijama, la distracción de la cocina y haber preparado un plato con ese pintón, habían hecho que se olvidara por un momento de sus problemas. Natalia bañó los huevos con salsa holandesa y pensó en que quizás se podría pasar esa tarde por la peluquería.
—¿Sabes Marina? A lo mejor no es tan mala idea eso que dices del orden… Gracias, por tus consejos culinarios —se rió mientras le servía el plato.
—De nada, hermanita. Ahora, después de estos huevos Benedict, te arrastro a la vida. ¡Vamos a salir esta noche! —dijo mientras abrazaba a su hermana con fuerza.