Puedo oler perfectamente el humo del cigarro que acaba de encender. Percibo cómo acaricia una y otra vez el terciopelo del sillón donde está sentado, lentamente, como si fuera un mantra que repite una y otra vez hasta caer en un profundo trance. Atisbo su canoso cabello tras el alto respaldo verde y oigo cómo pasa las páginas de un libro, ajeno al hecho de que nunca llegará a conocer su final.

Nunca pensé que el amor me llevaría a hacer algo así. Pero aquí estoy, agazapado detrás de un sillón de terciopelo verde, puñal en mano, listo para acabar con la vida de alguien a quien ni siquiera conozco.

Llevamos meses planeándolo. Jugueteando con la idea de acabar con los abrazos furtivos, las excusas improvisadas y los besos robados. Pero ahora es real.
Tan real como la sangre que me sigue goteando de la cara, después del chicotazo que me di con una rama cuando acudí a su encuentro hace solo un momento.

La cabaña del monte ha sido refugio y testigo de esta historia de locura y desenfreno, en la que nuestros cuerpos se dejaban llevar por el deseo apremiante de los que temen ser descubiertos. Pero hoy no había tiempo para eso, hoy teníamos un objetivo que conseguir y este puñal sería el origen de todo.

Cada minuto contaba, repasamos coartadas, posibles errores, estrategias de huida… La miré a los ojos y le acaricié la mejilla,  <<Pronto estaremos juntos, mi amor>>.

Nos separamos en la puerta de la cabaña tensos a la par que ansiosos por el futuro que nos esperaba.

Mientras veía cómo se alejaba por la senda que va al norte, repetía una a una en mi mente las instrucciones que me había dado.

Los perros no ladraron y el mayordomo no estaba en casa. Parece que se cumplía todo lo que habíamos hablado.

Subí los 3 peldaños del porche y entré. Primero vi una sala azul, después una galería y una escalera alfombrada. En lo alto, descubrí dos puertas que daban a habitaciones donde no había nadie. Y allí estaba, la puerta del salón.

La luz de los ventanales se refleja en el acero del puñal que llevo en la mano, mientras veo delante de mí el sillón de terciopelo verde.

El número 13
Silencio