La aldea en la que transcurre esta increíble historia es un lugar pintoresco y apacible, ubicado en un valle rodeado de suaves colinas y bosques exuberantes. La tranquilidad es la principal característica de este lugar, un auténtico remanso de paz donde el tiempo parece transcurrir en un ritmo lento y constante.

   Las casas, con techos de tejas rojas y paredes de piedra o madera, se alinean a lo largo de interminables calles empedradas. Los jardines rebosan de flores frescas, creando un estallido de colores que contrasta con la serenidad de las fachadas. En la plaza principal, árboles frondosos proporcionan sombra a los bancos de madera, donde los aldeanos se reúnen para charlar o disfrutar del aire fresco.

   Las calles están impregnadas de una atmósfera de confianza y amistad, donde todos se conocen. A menudo se escuchan risas y conversaciones animadas y los niños juegan alegremente en los prados cercanos.

   El lugar está rodeado de campos verdes, salpicados de pequeños arroyos que serpentean entre los pastizales. En los límites de la aldea, un frondoso bosque se extiende con árboles de altos y esbeltos troncos, creando una frontera natural que se funde con la quietud de la aldea.

   En general, la vida en esta aldea parece seguir un ritmo simple y relajado, donde la monotonía y la tranquilidad se han convertido en la norma. Los días transcurren sin grandes acontecimientos, sin sobresaltos ni alteraciones en la rutina diaria.

   Por eso no es de extrañar que tras siglos de ausencia de un nombre que identificara realmente el sentir de los aldeanos, finalmente bautizaran este remanso de paz como ‘Valle Serenidad’.

Valle serenidad, donde nunca pasa nada. lee Ruby con voz de desagrado, dejando atrás el enorme cartel que da la bienvenida a la aldea.

   A sus 15 años de edad Caperucita Roja, como la han apodado cariñosamente en la aldea por la capa que siempre lleva a cuestas, ya se ha resignado a la idea de que jamás le ocurrirá nada interesante en ese lugar. Y hoy no iba a ser diferente.

   El día empezó como todos los demás, sin nada interesante que merezca la pena ser mencionado. Igual que ayer, antes de ayer y antes de antes de ayer.

   Mientras realiza de forma mecánica los movimientos para ordeñar a Daisy, la enorme vaca lechera que tenían desde que ella puede recordar, fantasea con la idea de salir a explorar. <<Solo sería un momento y ni siquiera me adentraría mucho>>, piensa Ruby algo recelosa.

   Si su madre pudiera escuchar sus pensamientos estaría ya sacando el cinturón para darle una buena azotaina. Las mujeres no están hechas para vivir aventuras, están hechas para cuidar de la casa, los niños y tenerlo todo listo para cuando el hombre llega agotado y hambriento. ¡Cómo le gustaría ser hombre a veces! Olían mal y eso de tener pelo en la cara tenía que picar mucho, pero ellos tenían eso que Ruby tanto ansiaba: libertad.

Si tan solo pudiera ver qué hay más allá de los límites…  suspira mientras termina su primera tarea anodina del día.

¿Con quien hablas, niña? le increpa su madre alzando la voz más de lo necesario. Ruby se sobresalta tanto que del susto tira de una patada la poca leche que había conseguido sacar de la vieja Daisy.

Con nadie, mamá, solo pensaba en alto. responde Ruby, mientras intenta recomponerse.

¡Déjate ya de tonterías y recoge todo este desastre! No sé qué voy a hacer contigo y tus despistes, Ruby. replica la madre algo enfadada.

Sí, mamá. Lo siento. responde Ruby cabizbaja.

Lo siento, lo siento… ¿No te cansas de pedir perdón todo el rato? Anda, anda… Voy al mercado y tardaré en llegar. Ocúpate de todo hasta que vuelva por la tarde, ¿entendido?

Sí, mamá. asiente Ruby obediente mientras ve cómo su madre se aleja con paso firme.

   ¿Esto acababa de pasar? ¿De verdad que su madre iba a estar fuera toda la mañana? Ruby no cabía en sí de gozo. Quizás hoy sí sería diferente de ayer y antes de ayer. Quizás hoy por fin sería el día en el que podría vivir su propia aventura.

   La intrépida Ruby se asegura de que su madre ya está lejos del camino empedrado que lleva a la granja, coge su capa roja, su cesta de mimbre y echa a andar.

   Está entusiasmada. El aire huele diferente, el verde de los campos es más verde y el color de las flores más brillante que nunca. ¡Hoy por fin es el día!

   Sin embargo, al llegar justo al límite de la aldea, teniendo el bosque a un suspiro de distancia, Ruby siente miedo. <<¿Y si mi madre tiene razón? ¿Y si no debería?… ¡No!>>. Ruby se ajusta con decisión la cuerdecita de su capa roja y da el paso valiente que hace que abandone Valle Serenidad y se adentre en lo desconocido. Por fin un destello de cambio en la vida tranquila de este lugar.

   Ya en el interior del bosque, decide caminar en busca de hierbas medicinales raras para ayudar a los aldeanos enfermos. Así, si su madre la pilla, podrá alegar que fue por una buena causa. ¡Es el plan perfecto!

   Caperucita se concentra en su recién otorgada misión y se empeña tan a fondo que comienza a adentrarse demasiado. Casi sin darse cuenta, el miedo comienza a manifestarse en su corazón mientras camina cada vez más lejos por el denso y oscuro bosque. Las sombras alargadas y los ruidos misteriosos evocan un temor profundo en su ser, haciéndola dudar de si seguir adelante.

<<Pero, ¿qué es este lugar? Todo se ve tan diferente ahora… Los árboles parecen más altos de lo que recordaba y los sonidos… Parecen venir de todas partes. Es todo un poco abrumador. No debería estar pensando estas cosas. Seguro que la gente de la aldea se alegra de que les lleve hierbas y frutos deliciosos. ¿No está como muy oscuro? Parece de noche… ¿Por qué se me ocurría entrar sola por este bosque? Supongo que esta capa roja que llevo puesta me da algo de seguridad. Aunque, en un bosque tan frondoso como este, ¿realmente ayuda? Quizás ayude a encontrar mi cadáver más fácilmente. Espera, ¿eso fue un crujido? ¿O solo fue mi imaginación jugándome una mala pasada? No, debo mantener la calma. No hay tiempo para asustarse. Pero, ¿qué pasa si algo me acecha entre los árboles? ¿Y si… y si me pierdo? No, debo concentrarme.>>

   Y así, tomándole terreno al miedo, crece una emoción igualmente fuerte y contraria. Caperucita Roja se aferra a una valentía interior, una chispa que la impulsa a seguir avanzando a pesar de las incertidumbres y las amenazas que la rodean. <<Hoy es el día>>, piensa mientras acelera el paso inconscientemente.

   De repente, como si el bosque hubiera reconocido el cambio interior de Caperucita, la oscuridad se queda atrás junto con los pensamientos aterradores y da paso a un paraje amplio y luminoso. El aire se siente impregnado de una frescura inusual, perfumado por el dulce aroma de las flores silvestres.

   Una variedad de animales salvajes conviven en este magnífico paisaje. Conejos juguetones saltan entre los arbustos, mientras mariposas revolotean en un arcoíris de colores. Pájaros de distintas plumas y cantos llenan el cielo, creando una sinfonía natural que se eleva con alegría y vitalidad.

   Pero sin duda, lo que más llama la atención de ese lugar tan vibrante e inesperado es el enorme manantial que brota de una roca y que baña todo el paraje, aportando vida y sustento a los seres que allí habitan. Caperucita se sintió de inmediato atraída por tanta belleza y corrió a jugar con los animalillos.

   Con toda la tensión vivida en el camino no se había dado cuenta de la sed que tenía. Se aparta la capa roja de la cabeza y la sumerge de lleno en las cristalinas aguas del manantial. Después, junta sus manos, las llena de agua y bebe como si llevara semanas sin probar una gota de agua. 

   Caperucita siguió bebiendo lo que pareció una eternidad. Al levantar la mirada, su reflejo se dibuja en la superficie del agua. Sin embargo, algo es diferente. Un estremecimiento recorre su cuerpo al darse cuenta de que la imagen que está viendo no es la suya.

   <<¿Pero qué…?>>, piensa mientras sus ojos se agrandan al ver una figura majestuosa y resplandeciente, devolviéndole la mirada desde el agua. La sorpresa y el desconcierto se reflejan en su rostro mientras examina cada detalle. La capa que siempre cubrió su cabeza, ahora es una melena blanca y esponjosa. Sus manos se han transformado en patas, su piel en pelaje blanco como la nieve y sus ojos, aunque siguen siendo los suyos, reflejan la mirada profunda y penetrante de un lobo.

   Caperucita se toca el rostro, aturdida por esta metamorfosis inesperada,  sintiendo el pelaje suave y sedoso. Las palabras se atascan en su garganta. Un sentimiento de asombro y temor la embarga, pero extrañamente no siente miedo de su nueva forma.

   Una extraña calma y una sensación de conexión con la naturaleza llena su ser. Decidida a explorar esta nueva realidad, deja atrás sobre el verde pasto su capa roja y emprende su aventura:  <<Hoy es el día en el que al fin encontré mi libertad>>.

Y todo por un calcetín...